Hoy me encuentro delante de la pantalla
después de mucho, mucho tiempo.
Este era un hábito que estaba
empezando a perder, y no. No puedo dejar de expresarme con el mejor
medio que tengo para ello, el mejor medio para no ser
criticado por mis pensamientos, por mis inquietudes, el medio que
calla pero escucha, que no juzga, que está.
Y es que la pantalla ha sido mi
terapeuta en muchos momentos, momentos como éste. Momentos en los
que no tengo a quien expresar lo que siento. Y no por no tenerlo
físicamente. No. Es por mí. Es porque no sé cómo describir este
desasosiego, esta ansiedad, esta presión. Esta sensación de
inseguridad, este sentir de que tengo y no tengo. Esta incertidumbre
sobre mi futuro. Sobre nuestro futuro.
Y es que, por tópico que parezca, he
encontrado a una persona muy especial. Pero, para mí es tan especial
que me da miedo de que se de cuenta de lo especial que es y se dé
cuenta de que no la merezco.
Hemos llegado a un punto tal en que el
corazón me arde, me duele, me oprime, me mata. Este sentimiento no
es nuevo, pero es nueva esta sensación del mismo sentimiento.
Siento que me tiemblan las piernas
cuando estoy a punto de verla, siento como mi estómago se encoge
cuando, sin decir nada, me lo dice todo. Siento que con sus ojos me
traspasa, me atraviesa, me cala en lo más hondo. Siento que, cuando
me toca, se me eriza hasta el último centímetro cuadrado de mi
piel. Siento que, al oler su perfume, puedo vivir sin comer, sin
beber. Solo con ese aroma. Solo con su aroma.
Siento que cada poro de su piel es una
golosina que tengo que degustar, cada una con un sabor distinto pero
todas iguales. Siento que, cuando me acerco a su piel, se me acelera
el pulso, la respiración. Todo mi metabolismo se vuelve cien veces
más rápido. Y tengo que besarla.
Y sus besos. Sus besos. Sus besos son
la droga que hacen que cada día la necesite más, y más, y más.
Sus besos son la octava maravilla del mundo. Sus besos me dan la
vida. Y me la quitan.
Sus besos hacen al mundo detenerse,
hacen que vivir tenga sentido. Hacen que cada gota de sudor derramada
por el esfuerzo de mantener esto adelante, valga la pena. Hacen que
quiera seguir en el mundo solo por ellos.
Y es por ello que cuando no la tengo
cerca siento que este mundo no tiene sentido. Porque cuando ella no
está, mi vida se reduce a la insignificancia.
Nunca creí que sentiría esto por
nadie y, ahora, las 20.20 de un miércoles, puedo valorar todo lo que
tengo. Y me siento afortunado, a la par que desdichado.
Siento que, junto a ella, lo tengo
todo, pero no tengo nada.
Siento que lo que nos une, lo hace con
tanta tensión que en cualquier momento podría romperse.
Ella es todo lo que necesito. Ella es
mi droga, mi vida, mi alimento y mi bebida.
A veces pienso en quienes no la
valoran, en quienes no se paran a pensar en qué tienen realmente. Y
me da rabia. Pero pienso en quienes sí la valoran y en quienes
también la quieren y querrían, y también me da rabia.
Sé que debería sentir seguridad, que
debería pensar en el presente y disfrutar de él, pero es que no
podría vivir sabiendo que en un futuro ella no estará. No podría
seguir sin ella. Ahora no.
Se ha convertido en una pieza clave de
mi vida. Se ha convertido en lo más importante. Porque todo lo que
hago, lo hago pensando el ella. Cada decisión, cada pensamiento,
cada acción, es por ella. Porque ella mueve mi mundo.
Porque pienso en lo que siento y no
tengo palabras para describirlo. No puedo describir esta sensación
de necesidad, de ansiedad, de mi corazón desbocado, de ella en mi
cabeza cada hora, cada minuto y cada segundo de mi vida.
Porque la vida se me escapa cuando ella
se va, cuando dejo de tenerla. Porque un pedazo de mí siempre va con
ella, aunque ella no lo sepa. Porque ella me da la vida, aunque no lo
sepa o no se lo crea. Porque ella me da una razón de seguir adelante
en estos momentos de mi vida.
Y es que cada detalle me marca a fuego.
Para bien y para mal.
Cada “te quiero” es especial para
mí. Porque ninguno es idéntico a otro y cada uno de ellos me llena.
Pero cada “te quiero” que deja de decir me duele todavía más.
Cada vez que hace lo imposible por
verme, me parece adorable. Pero cada vez que no hace lo posible
cuando tiene la oportunidad, me siento vacío.
Cada vez que me da lo que necesito en
un momento me hace sentir afortunado. Pero cada vez que necesito lo
que no me da, me siento ignorado.
Porque necesito atención, comprensión,
cariño, diálogo. Necesito cosas que busco en ella y no quiero en
nadie más, pero cuando no lo encuentro en ella, no tengo a nadie
más.
Ella es la persona en la que busco
todo.
Creo que incluso me busco a mí mismo
en ella, y no se lo merece. Ella no tiene la culpa de mis
inseguridades. No tiene la culpa de lo que pueda sentir o pueda dejar
de sentir. Pero es que desde que estoy con ella no quiero otra cosa.
Solo quiero que sea mía. Y yo ser
suyo. Siempre.
Algo que sé que nunca podré tener.
Porque nunca será mía. Siempre será suya. De ella misma.